lunes, 30 de marzo de 2009

Si tuviera que apostar

Si tuviera que apostar
lo haría
por la poesía

que modifica en algo
las ópticas, perturba
el leve sentido de lo real,
desplaza
las leyes físicas del miedo,
acelera
o enlentece los pulsos,
acepta pero no
que las palabras cargan
usos domésticos
y oráculos, relaciones
cambiantes que habilitan
emociones cambiantes,
protesta al mundo,
tergiversa
lo que copia, altera
los sentidos comunes,
invade
rincones, territorios dormidos,
repele y atrae el silencio,
se posa
en el pico de los pájaros,
cae a pique
y se alza
en polvo enamorado

contra la muerte victoriosa.

Salvador Puig

A.Z.

A. Z.

Voz saturada
de negro,
voz de oscuro
presagio,
salida de una cara
alunada
de chiquilín trampeado.

Desaparecido/encontrado.

Trampeado.

Intensos, tercos malestares:
tenue olvido del cante
hondo de la milonga,
toda su música.

Tenías (tengo ahora)
dos pocos años más
de los que, cuando jóvenes,
calculábamos dignos de vivir.
Aunque también imagináramos
una aceptable vejez
de andar por personales,
ínclitas bibliotecas.
1960:
tiempos de gran pensar
y de pensión:
la calle Yaguarón 1021.

Cante parido entonces,
pero expandido, ido
luego por esos mundos,
graderías
de extensiones heladas.

Cante crecido junto
al resplandor oscuro de su voz,
cante amarrado al grave
recinto de su voz.

Voz que venía
de más allá,
de adonde ahora calla.

Salvador Puig